Desarrollo Infantíl
Adolescencia
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¿Qué es la crisis de la adolescencia?
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¿Qué cambios normales experimenta un niño/a durante este período?
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¿Qué emociones acompañan a estos cambios?
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¿Frente a qué situaciones se debe estar alerta?
Etimológicamente, adolescencia quiere decir “padecimiento”. Encontrarse a sí mismo de nuevo es la difícil tarea en la que está inmerso todo adolescente. La adolescencia es un período crítico de la vida, de paso entre la niñez y la adultez, que no sólo afecta a los hijos, sino que constituye una de las etapas de mayor estrés para los padres. En su transcurso, los hijos atraviesan momentos difíciles, en los que la rebeldía, el inconformismo y la crisis de identidad multiplican los conflictos. Como si ello no bastase, la preocupación de los padres por el futuro de sus hijos, su educación, la influencia de sus amigos, que no tomen alcohol, ni drogas ni hagan mal uso del sexo, se añade al propio conflicto generacional. Las estadísticas tampoco incitan a los padres a estar muy tranquilos: varias de ellas indican que el 76% de los jóvenes entre 14 y 18 consume alcohol. Conocer qué es lo normal y qué no lo es permite establecer un diagnóstico precoz de cualquier anormalidad, lo que puede ser muy útil. Por ello es imprescindible saber cuáles son las características normales de esta crisis.
Desde el punto de vista fisiológico, el niño experimenta cambios físicos de importancia, los que debemos comunicarle previamente, para que no le pillen desprevenido. Cuando hablamos de la adolescencia desde el punto de vista exclusivamente físico, hablamos de pubertad, la que se puede dividir en dos estadios. El primero es la pre-pubertad, que comienza con la aparición de los caracteres sexuales secundarios, tales como vello pubiano y axilar, aumento de las mamas, redondeo de las caderas, etc. El segundo es la pubertad propiamente dicha, que comienza en el niño con el cambio de voz y la primera eyaculación y en la niña con la primera regla o menarquía. La media de aparición de la pubertad es de 13 años para las niñas, y de 14 años para los niños. Pueden considerarse como límites extremos 10 a 15 años para las niñas, y 11 a 17 años para los niños. Además, en las chicas el proceso de madurez se completa mucho antes.
Además de estos cambios fisiológicos se producen otros cambios psicológicos, considerados normales:
- Crisis de oposición: Necesidad de autoafirmarse, de formar un yo diferente al de sus padres a los que han estado estrechamente unidos hasta ahora, necesidad de autonomía, de independencia intelectual y emocional. El niño, deja de ser de los padres, para ser de los demás, especialmente de los amigos.
- Desarreglo emotivo: En ocasiones se presentan con una sensibilidad a flor de piel, mientras que en otras parecen carecer de sentimientos. Un día nos sorprenden con un abrazo y otro día rechazan cualquier muestra de cariño. Un día sin motivo aparente se despiertan dando gruñidos, simplemente porque sus hormonas posiblemente les estén jugando una mala pasada.
- Imaginación desbordada: Es un mecanismo de defensa ante un mundo para el que no están preparados, un medio de transformar la realidad. Pueden imaginar o soñar un porvenir como modelos, futbolistas de elite, campeones de surf, actores, etc. Sienten que ellos pueden cambiar el mundo, hacerlo mejor.
- Narcisismo: Le concede una importancia extrema a su físico: puede lamentarse por un grano en la nariz, obsesionarse por la ropa, por estar gordos o delgados, y pasar largas horas frente al espejo. Quieren estar constantemente perfectos aunque su visión de la estética no tenga nada que ver con la nuestra.
- Crisis de originalidad: Presenta dos aspectos, individual (afirmación del yo, gusto por la soledad, el secreto, las excentricidades en el vestir, su forma de hablar o de pensar, necesidad de reformar, transformar el mundo, de ser distinto y especial), y social (rebelión en cuanto a los sistemas de valores de los adultos y las ideas recibidas, se quejan de falta de comprensión y de atentados contra su independencia, necesitan participar, tener cierta uniformidad en lenguaje y vestimenta, necesidad de afecto, de ser considerados y aprobados por el propio grupo).
Una serie de sentimientos reales acompañan estas manifestaciones, los que son consecuencia directa de las crisis que el adolescente está atravesando:
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Sentimientos de inseguridad: Sufre a causa de sus propios cambios físicos, los que no siempre van parejos con su crecimiento emocional. La pubertad o madurez física siempre precede a la psíquica, con lo que a veces se encuentran con un cuerpo de adulto, que no corresponde a su mente, y no se reconocen, desarrollando una fuerte falta de confianza en sí mismos.
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Sentimientos de angustia: Por una parte le pedimos que actúe como un adulto y por otra le tratamos como un niño, prohibiéndole vestir de una u otra forma o reglamentando sus salidas nocturnas, lo que le genera una frustración continua. Esta angustia es la manifestación de la tensión que el chico soporta y que se manifiesta en agresividad (cólera adolescente ante nuestra negativa a sus exigencias, irritabilidad, propensión a la violencia, malas contestaciones, portazos, reacciones desmedidas en peleas con los hermanos, etc.), miedo al ridículo (sentimiento social de vergüenza ante determinadas situaciones que antes enfrentaba sin problema alguno y que puede tener manifestaciones físicas tales como taquicardia, trastornos gastrointestinales, etc.) y angustia expresada de modo indirecto (miedo a quedarse en blanco en un examen, timidez extrema, miedo a desagradar, reacción de rechazo ante muestras de cariño, etc.).
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Sentimientos de depresión: Necesita estar solo, experimenta melancolía y tristeza, en alternancia con estados de verdadera euforia.
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La angustia, la depresión, la irritabilidad, el ir contra las normas, puede volverse patológico cuando es exagerado, cuando el adolescente está sufriendo mucho o hace sufrir a los demás, cuando se altera toda su vida y esos sentimientos le condicionan absolutamente, alejándole en exceso de la realidad.
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